La mujer de los animales

La mujer de los animales
Sergio

viernes, 20 de abril de 2012

Sincronización



No eran sino en estas cosas, por cualquiera de las calles del pueblo, presenciar un atractivo grupo de jóvenes, empeñados en vivir una primavera constante. Darío y Daniel tenían un Chevy cuatro puertas con caja automática. Cada viernes o sábado se iban a bailar a los pueblos vecinos y siempre invitaban a los que no tenían auto. Sacaron plata de la caja del almacén de sus padres y apurados tocaron bocina frente al club. Subieron tres amigos que tomaban algo en la cantina. Manejaba el loco Darío, buscaron música con el dial de la radio y se fueron a un baile a Volta, un paraje poblado por chacareros, donde había algunas casas distantes y la estación del ferrocarril que le daba el nombre. Transcurrida la noche ya entrado el amanecer, la orquesta terminó los bises de la última selección, y la gente se  retiró de la pista, bajo los focos de colores. Salieron por un callejón que se fue llenando de gramilla, hasta que el auto alumbró los ojos brillantes de unos terneros, y al loco Darío no le quedó otra que hacer una maniobra bastante arriesgada. Tomaron por donde se creía poder pasar, un patio con herramientas rurales, ropa colgada y un gallinero lleno de ponedoras. El impacto fue al medio, volaron maderas y plumas por el aire, arrancaron la soga del tendal y las prendas quedaron enredadas en el paragolpes. Fueron tres segundos y un gran desastre. No pararon, siguieron alejándose con unas camisas que flameaban enganchadas de la antena, y un pedazo del tejido que traían a la rastra. El auto desaparecía cuando atravesaba los bancos de niebla.

(de Corderos en la niebla, micro relatos. Inédito.)