Un viaje de placer
Diego Monsalvo
Próximo Libro - Micro Relatos
El mono Almeida es maratonista. Se entrena por la ruta todas las noches apenas sale del taller. Hace los mandados corriendo, va y viene como si hubiera largado la prueba. A veces lo ves pasar a todo lo que da, con un repuesto o un amortiguador, esquivando bicicletas saltando los bancos de la plaza. Ese mes en Capital Federal se corrían 30 km que auspiciaba Carrefour, largaban desde “El rosedal” en los bosques de Palermo. El mono llegó un día antes, fue a parar a la casa de unos amigos en Almagro, se dio una ducha, se puso los cortos y prendió el televisor. Al ver solo dos camas preguntó dónde iba a dormir esa noche, los chicos antes de irse a la facultad, (abusándose de su inocencia), le dijeron que cuando tuviera sueño, se subiera a la parte de arriba del placar, espacio donde el mono, cansado por el viaje, se acomodó a lo largo puso la toalla como almohada, y se entregó al descanso. Al otro día, bajó sin hacer ruido, comió una fruta y se fue pensando. Salir en el noticiero de canal trece, que lo vean en su pueblo, el abrazo de su madre.
Andrecito pasa en bici con un carrito atrás. Pasa despacito. Andresito tiene 28 pero parece un niño. Se traba y patina la letra, habla to-todo así, quéqué-yo nofuí, responde cuando le preguntan. Dicen que la tiene bastante grande y que le gusta jugar con los chicos en los yuyos, se la hace agarrar con las pendejas cuando está escondido. Anduvo pidiendo billetes falsos, la gente se los daba. Juntó mucha guita y se fue a Buenos Aires. Sacó los boletos en la terminal del pueblo, llegó a Retiro, desayunó, almorzó en restoranes, compró ropa en el Once. Lo vieron llegar de regreso, bajar del micro con anteojos negros, mirar la hora en su reloj flamante y prenderse un cigarro.
Campo hacia el valle, los montes se vuelven azules teñidos por la distancia. La tarde guarda sus cosas y en silencio se va con el río. Miramos la quietud alinearse con el paisaje de la primer estrella. Sobre la ladera en frente de nosotros, (arriba en la montaña), un hombre viene bajando, trae un bidón en la mano, desciende hasta un claro donde lo vemos perfecto, rocía el líquido sobre su cuerpo y se prende fuego. Deambula sin caer, tambalea dando giros al borde del precipicio. Nos ponemos de pie, algunos corren pero es demasiado tarde para hacer algo. Parado en lo más alto como el pájaro nocturno, grita en un ritual estereofónico, se despide del mundo, con los ojos llenos de nuestros rostros envenenados.