Campo hacia el valle, los montes se vuelven azules teñidos por la distancia. La tarde guarda sus cosas y en silencio se va con el río. Miramos la quietud alinearse con el paisaje de la primer estrella. Sobre la ladera en frente de nosotros, (arriba en la montaña), un hombre viene bajando, trae un bidón en la mano, desciende hasta un claro donde lo vemos perfecto, rocía el líquido sobre su cuerpo y se prende fuego. Deambula sin caer, tambalea dando giros al borde del precipicio. Nos ponemos de pie, algunos corren pero es demasiado tarde para hacer algo. Parado en lo más alto como el pájaro nocturno, grita en un ritual estereofónico, se despide del mundo, con los ojos llenos de nuestros rostros envenenados.
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