La mujer de los animales

La mujer de los animales
Sergio

lunes, 19 de diciembre de 2011

Resurrección


El Viento Díaz estudiaba en el profesorado de educación física. Era un pibe muy creyente, se asustaba por cualquier cosa y le tenía miedo a la oscuridad. El Viento tenía nueve hermanos, todos varones, pero a él le decían Viento y Tierra, porque era el más fiero de los Díaz. Una noche sus amigos lo pasaron a buscar para comer un asado, y llegando al campo le dijeron que venían a robar un cordero. Escondieron la camioneta, apagaron las luces y cruzaron el alambrado. Los corrales estaban atrás de una manga donde terminaba el monte. Ladraron los perros y el Viento no quiso seguir, se quedó agachado al lado de un bebedero, lamentando haber venido. Como a cien metros cerca de un galpón, alguien disparó un escopetazo que retumbó en las chapas. Empezaron a correr. Cada vez que se escuchaban los tiros, caían de a uno, fingiendo con un grito ser alcanzados por los perdigones. Quedó el Viento corriendo solo, a los demás no se los escuchaba. Desesperado corría escupiendo los mocos que le desgarraba el llanto, secándose las lágrimas para ver mejor. Estaba entrenado y no paró de correr hasta llegar a su casa. Vino cruzando campo por detrás del cementerio, tenía los pantalones rotos, lleno de abrojos y rosetas. Se encerró varios días pensando que lo vendrían a buscar. Una tardecita escuchó un motor regulando la marcha, unos pasos firmes caminar bajo el porche, la puerta se sacudió con tres golpes y una estampita del santo San Jorge cayó al piso. El Viento no sabía qué hacer y le empezaron a temblar las patas. Al otro día vinieron de nuevo a visitarlo y decirle la verdad, el Viento tardó en abrir la puerta, corrió la cortina desde un costado y vio a sus amigos parados bajo la sombra en la vereda. 

( de Corderos en la niebla, micro-relatos. Inédito. )