La mujer de los animales

La mujer de los animales
Sergio

lunes, 5 de septiembre de 2011

Los que están, los que se fueron, los que llegan lejos



El cielo es una señal de hace millones de años, la contemplación de un atardecer nuclear de otra galaxia. Las horas ya no consumen el tiempo, son días eternos, raros y sin primavera. Íbamos en la parte de atrás de un carro, mirando cómo el desastre se había convertido en territorio. Cerca de los corrales, los tinglados volaron por la fuerza del ciclón, mientras las chapas decapitaban a las ovejas. Después de casi dos años de sequía, el terreno se convertía en polvo o se agrietaba entre las flores que fabrican espinas. Aquí las olas habitaban un pequeño mar, formándose entre los destellos del brillo en movimiento. La luna sigue recorriendo las hectáreas, ansiosa por reflejarse, mientras la distancia se desfigura por los espejismos. Me arrodillo y concentro mis habilidades para que llueva, como un niño dentro de un sueño, comienzo abuscar la verdad, jugando con la fantasía. Repito mentalmente las siglas, invirtiendo los triángulos de cada elemento. Hablo con los ojos que acarician estas flores, les digo: mi nombre no es este, soy de otro río, he visto a los horizontes en fuga encender cada paisaje, mi visión nocturna es periférica, recorro las calles que me educaron, para ver la belleza durmiendo en los lugares. Amo el silencio de los grillos, la canción de volver a verte, aprendí que la vida me eligió un destino, soy nada, puedo subir a una brisa y mirar desde arriba, el viento me pertenece desde que mutaron los cambios bajo la superficie, cuando el aire se hacía visible con las primeras estaciones.